La geopolítica refundacional de Donald Trump
16 de Febrero de 2025

La geopolítica refundacional de Donald Trump

En las primeras 4 semanas de su segundo mandato, Trump ha buscado desafiar el orden mundial que se estableció tras la creación de la Organización de Naciones Unidas, mientras las instituciones internacionales parecen incapaces de detenerlo. ¿Cuáles serán los impactos de este juego geopolítico?

Por: Mónica González, corresponsable del Consultorio Ético 

Esta es la segunda entrega de una serie de cuatro columnas en las que Mónica González explorará cómo la nueva geopolítica refundacional a la que nos enfrentan algunos de los gobiernos más extremistas y poderosos del mundo empieza a impactar en el ejercicio del buen periodismo y en las democracias ya tambaleantes de nuestra región.

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El mismo 2025 en que Naciones Unidas cumple 80 años desde su creación, el presidente de la principal potencia económica, política y militar del mundo, Donald Trump, inicia una batalla que apunta directo y rudo al sistema multilateral que la humanidad creó para combatir los horrores de la guerra, la asfixia de la libertad y proclamar el derecho a la vida.

En 1945, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, con las imágenes recientes que estremecían y enrostraban lo que no se hizo para detener la masacre de millones de seres humanos en los hornos crematorios y campos de concentración europeos que llevaron a la muerte a judíos, opositores, homosexuales, gitanos o a quien desafiara el poder omnímodo de quienes se sentían dueños de la humanidad, nacía un compromiso democrático. “Nosotros los pueblos resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra…” dice la carta de Naciones Unidas. Y lo primero que hizo el presidente de Estados Unidos a las puertas de este aniversario, fue declarar la guerra al orden internacional ya casi inexistente.

El último capítulo es gráfico. Al ataque sorpresa que hizo el grupo terrorista Hamas en Israel el 7 de octubre de 2023 —que dejó 1.200 muertos y 250 personas secuestradas—, la respuesta del gobierno israelí fue iniciar una guerra contra los habitantes de la Franja de Gaza ante los ojos del mundo. Casi 17 meses después, hay más de 45 mil muertos, la mayor parte niños y mujeres. Aparte de declaraciones de buena crianza, ¿qué país hizo algo mínimamente efectivo para detener esa masacre? Estados Unidos siguió siendo el aliado más férreo de Israel, un compromiso que Donald Trump redobla en estos días al proclamar su propósito expansionista llevándolo a niveles inéditos.

El 4 de febrero, Donald Trump informó al mundo que Estados Unidos se propone hacerse dueño de la Franja de Gaza. Primero, tomar el control. Luego, demoler para construir en ese territorio la “Riviera de Medio Oriente”. Y para ello postula llevar a cabo una “limpieza étnica” —como la que ya inició en su país contra los latinos— para sacar de allí a más de dos millones de palestinos.

Así describió su “transacción inmobiliaria” teniendo a su lado a Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel: “Estados Unidos se hará cargo de la Franja de Gaza y haremos un trabajo con ella también. Seremos sus dueños y seremos responsables de desmantelar todas las bombas peligrosas sin explotar y otras armas en el lugar (...) Si es necesario, lo haremos, nos haremos cargo de esa parte, la desarrollaremos, crearemos miles y miles de puestos de trabajo, y será algo de lo que todo Medio Oriente podrá estar muy orgulloso”.

En las primeras 4 semanas de su nuevo mandato hubo otros anuncios de Trump que provocaron estupor. Como su deseo de convertir a Canadá, su vecino del norte, en el estado 51 de Estados Unidos. O su intención de comprar Groenlandia a Dinamarca, lo que responde a la hegemonía mundial que se propone. Steve Bannon, su brazo derecho en su primer periodo presidencial, describió esta estrategia al referirse en entrevista reciente con Ross Douthat: “la idea del presidente Trump de pensar en la defensa hemisférica desde el Canal de Panamá hasta Groenlandia es genial. Y como oficial de la marina, les diré que tiene mucha lógica”.

Retomar el control del Canal de Panamá, cuya soberanía recién fue entregada por EE.UU. en 1999, es un paso estratégico. Para ello, Trump envió a Marco Rubio a Panamá el primer día de febrero. Su primera visita oficial como secretario de Estado del nuevo Gobierno estadounidense. Y su objetivo: disminuir la presencia de China en Centroamérica. Rubio notificó al presidente panameño, José Mulino, que la influencia china en el canal era “inaceptable” y le advirtió que, de no haber cambios “inmediatos”, su Gobierno tomaría las “medidas necesarias para proteger sus derechos”. Solo horas demoró la respuesta: el Gobierno panameño no renovará el acuerdo que había firmado en 2017 con China, que controla dos de los cinco puertos del canal (operados por una subsidiaria de CK Hutchison Holdings, una multinacional con sede en Hong Kong).

Lo ocurrido el 2 de febrero en Panamá revive los peores años de América Latina como territorio apropiado por Estados Unidos. Lo recordó el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes, en una columna reciente (El gran garrote arcaico): ”“I took Panamá”, declaró sin ambages el presidente Teodoro Roosevelt, y no se trata de ninguna cita apócrifa. Se apoderó de Panamá en 1903, decidido a emprender la construcción del canal, y en 1911, ya fuera de la presidencia, confesó en un discurso pronunciado en Berkeley, California: “me apoderé del canal y dejé que el congreso deliberara, y mientras sigue deliberando el canal se está haciendo”. Surgió así, alrededor del canal interoceánico, la Zona del Canal, territorio segregado a Panamá sobre el cual Estados Unidos ejercía plena soberanía, bajo la autoridad del gobernador de la Zona, con sus propias leyes y bases militares”.

Ramírez apuntó a lo medular: “la doctrina expansionista sirvió para que Estados Unidos extendiera su dominio político y militar hacia el sur. México, Honduras, Guatemala, Nicaragua, República Dominicana, vieron a partir de entonces el desembarco de los marines para hacer valer por la fuerza reclamos territoriales, facilitar golpes de estado, imponer dictaduras militares, y asegurar los intereses de enclaves económicos”. Una hegemonía que impuso EE.UU. y llegó al sur. Incluso a Chile.

Para lograr imponer sus propios términos y los de los grandes intereses económicos de la época en América Latina, Estados Unidos necesitó entonces de los medios de comunicación. Y para ello usó la desinformación, mientras que a algunos periodistas que desafiaban el poder narrando verdades los estigmatizó o los hizo reprimir. A otros, simplemente los compró. Y siempre hubo medios y periodistas que resistieron los embates. Esta vez no es diferente. El buen periodismo independiente y con ética es un enemigo a eliminar en esta guerra. El ataque será feroz. Y habrá que resistir.

Una muestra de lo que viene fue el veto que le impidió ingresar a la Oficina Oval de la Casa Blanca a un periodista de la Agencia Associated Press para participar de un encuentro con el presidente Trump en su despacho. La razón fue escueta: que al Golfo de México no le llaman ahora “Golfo de América”, el nombre con que lo rebautizó. El veto a un buen periodista lo ejerció en el preciso momento que Trump firmó un decreto que amplió las facultades de Elon Musk. El poder del hombre que señala los enemigos —como lo hizo con el juez Alexandre de Moraes de Brasil, a quien acusó de “dictador”— no deja de crecer.

Días antes de que Trump asumiera su segundo mandato, Josep Borrel, alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores hasta el 30 de noviembre pasado, se refirió a sus anuncios expansionistas: “sabíamos que Trump iba a alterar el mapa geopolítico mundial, pero esta clase de planteamientos no se le habían ocurrido a nadie. Si a cualquier dirigente político del mundo libre, de un país democrático, se le ocurriera de repente decir estas cosas, la gente se tiraría de los pelos, no sabría si está ante una broma de mal gusto o ante una amenaza real. Creo que a Trump hay que tomarlo en serio en lo que dice. Los que piensan que Trump es una especie de Cantinflas que va por ahí diciendo barbaridades, pero que luego no piensa llevarlas a la práctica, se equivocan. Es más, seguramente detrás de estos planteamientos, hay ya algo concreto que no sabemos”.

Terminar de demoler lo que queda del orden internacional para la paz, incluyendo el organismo de Naciones Unidas, es lo que parece ser parte de la estrategia de este segundo mandato de Donald Trump. Un lugar donde, como dijo su embajadora ante la ONU en 2017 y 2018, Nikki Haley: “dictadores, asesinos y ladrones denuncian a Estados Unidos y exigen que paguemos sus facturas”.

“Es hora de que USAID muera”

Donald Trump y su equipo apuntan a un solo “enemigo”: China. Y en esta carrera necesitan mucho dinero y ganar tiempo para invertir —y fuerte— en tecnología. Para esa tarea fue nombrado Elon Musk, el nuevo “carnicero de gastos inservibles”. Para sacar dinero de las arcas fiscales de Estados Unidos que puedan ser derivadas a la guerra principal. Así, el 29 de enero otro disparo de Trump desató el caos. Ordenó la congelación global de la mayor parte de la ayuda exterior estadounidense que se entrega a través de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID), organismo no gubernamental con un historial que mezcla intervención de inteligencia para frenar el comunismo y ayuda efectiva en crisis humanitarias y políticas o zonas de catástrofe. 

Fue Elon Musk, jefe del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), quien entregó el principal argumento para ese nuevo corte de carnicero: “USAiD es una organización criminal, es hora de que ‘muera’”. Ese mismo día, Trump afirmó que USAID estaba dirigida por “un grupo de lunáticos radicales” y que su administración estaba expulsando a esas personas. Al día siguiente, Musk ratificó su cierre: “USAID es un nido de víboras marxistas (...) sería imposible de arreglar”.

Lo extraño es que la primera acusación sobre el destino “corrupto” de esos fondos no tuvo que ver con marxistas, sino con todo lo contrario. Se dijo que Estados Unidos revelará el manejo turbio de unos US$116 millones entregados por USAID a la ultraderecha venezolana, específicamente al opositor de Nicolás Maduro, Carlos Vecchio, en relación con el líder Juan Guaidó, quien asumió un gobierno en el exilio en 2019, que resultó inoficioso para impedir que se consolidara la dictadura en ese país.

Lo último que se supo de USAID fue el anuncio que hizo el secretario de Estado Marco Rubio, designado por su director interino. “La vamos a cerrar”, dijo, poniendo la lápida a una agencia creada por ley del Congreso de EE.UU. Por ahora, nadie sabe qué destino les dará el Departamento de Estado —bajo las directrices de Elon Musk— a los más de US$40 mil millones en ayuda extranjera que gastó EE.UU. en 2023 (Informe del Servicio de Investigación del Congreso).

El rudo cobro de las facturas de la guerra

Cobrar la factura de la guerra y obtener millonarios recursos bajo la estrategia diseñada por Elon Musk. Es lo que hace ahora la Administración Trump apuntando a Europa, al exigirle a los países miembros de la OTAN un aumento del gasto en defensa del 2% al 5% del PIB. Ello significaría miles de millones de dólares en compra de armas a las empresas de Estados Unidos en manos de los principales socios de Trump en su arremetida antidemocrática. Pero su presupuesto de Defensa no se toca.

Lo que sí explicita Trump —claro y fuerte— es cómo espera cobrar las facturas de la guerra. Y la solución al conflicto que opone a Ucrania y Rusia forma parte de su plan. Así lo expresó el 3 de febrero: “les estamos diciendo a los ucranianos que tienen tierras raras muy valiosas. Queremos que lo que ofrecemos (dinero y armas) se garantice de alguna manera. Queremos una garantía. Estamos buscando llegar a un acuerdo en el que ellos (los ucranianos) asegurarán lo que les estamos dando con sus tierras raras y otras cosas. Tienen excelentes tierras raras. Quiero seguridad (de acceso estadounidense) sobre estas tierras raras y ellos están dispuestos a darla”.

Las llamadas “tierras raras”, como lo explicó Juan Antonio Sanz (Público.es), son 17 elementos químicos difíciles de encontrar en su forma pura, pero con excepcionales propiedades magnéticas, electroquímicas y luminiscentes. Junto a los minerales “críticos” —como el litio o titanio— pueden emplearse en circuitos electrónicos y baterías, en la fabricación de teléfonos móviles, automóviles eléctricos, catalizadores químicos, en las tecnologías limpias y en la fabricación de armamento de última generación, como aviones de combate. La base del negocio del siglo.

Ese es el negocio que Donald Trump y su círculo no quieren dejar escapar. Y en esto no hay diplomacia. Así de claro fue Marco Rubio, el jefe de la política exterior de Trump sobre este punto cuando afirmó que lo que corresponde es que Ucrania firme un acuerdo que de acceso a los minerales y permita ”reembolsar al contribuyente estadounidense los miles de millones de dólares que se han gastado allí”.

La ecuación que hace Donald Trump es simple. El apoyo entregado por Estados Unidos a Kiev desde que se inició la invasión de Rusia, hace tres años, está cifrado en más de US$180.000 millones. En el momento que Rusia y Ucrania necesitan terminar su guerra, Trump entra al juego duro liderando ese acuerdo, para conseguir minerales claves que le aseguren a él y a su círculo la hegemonía tecnológica en su pugna con China. El armisticio no se firmará en la ONU ni en la Unión Europea. Será con él al frente y pasando la factura.

El presidente de Estados Unidos lo dejó rudamente claro el 12 de febrero con un “telefonazo”. Comunicó que había hablado con Vladimir Putin y habían llegado a un acuerdo: negociar “inmediatamente” el fin de la guerra. Y explicitó que por ahora no habrá regreso a las fronteras que había entre Rusia y Ucrania antes del conflicto. Es decir, Rusia se hace dueña de los territorios de Ucrania que ocupó. Es cierto, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, no fue consultado. Tampoco el que era su cinturón de protección: la Unión Europea. La gran ausente. Falta saber qué movimiento hará Europa en los días que vienen. No tiene espacio de maniobra real. El que sí lo tiene es China. Y no quiere quedarse abajo de la primera mesa de negociación que podría reunir a las principales fuerzas en pugna de la “era Trump”.

Las tierras raras y los tesoros que esconde el subsuelo de Ucrania o Groenlandia ya están en el mapa que abarca otros países y zonas estratégicas y que hoy manejan Donald Trump y Elon Musk. El destacamento de “boinas negras digitales” al mando de Musk trabaja sin respiro, buceando, identificando y haciéndose de datos y documentos. Porque todas esas riquezas servirán no solo para la guerra con China, sino también para ganar la carrera al espacio y cumplir otra meta: colonizar Marte.

Ese fue el compromiso de Donald Trump al tomar posesión de su cargo: “perseguiremos nuestro destino manifiesto hacia las estrellas, lanzando astronautas estadounidenses para plantar la bandera de las barras y estrellas en el planeta Marte. La ambición es el alma de una gran nación”. Fue el momento en que Elon Musk mostró su efusiva satisfacción. Desde hace años está en su planes —e invierte en ello con su empresa SpaceX— colonizar el planeta rojo. Como Jeff Bezos, otro de los superricos que forma parte del círculo estrecho de Trump. El dueño de Amazon y del Washington Post también posee una compañía de cohetes espaciales —Blue Origin— y controla los servicios digitales del Ejército y de la Administración de EE.UU., Musk y Bezos han asociado sus empresas para programar lanzamientos al espacio. No, no es locura. Es un plan diseñado en sus detalles.

Lo que dice y hace Donald Trump para avanzar en su guerra por la hegemonía mundial fue auscultado por Tulio Alberto Álvarez-Ramos en el medio The Conversation:  “en Trump la planificación es dogma y con su exagerado histrionismo busca alterar el comportamiento de sus contrincantes. Otra de sus características es el empleo de agresividad instintiva e individualista en la negociación”. Y concluye: “Trump se entenderá con Putin o Xi Jinping como lo hizo con mafias o sindicatos de Nueva York, aplicándoles su ABC: nunca confiar, no aceptar un “no” por respuesta y trabajar sin emociones. Con los otros, los que no tengan su estatura, no hay reglas, solo poder”.

¿Hay alguien que pueda detener a Donald Trump si quiere ocupar regiones —o mares o canales— demoler Naciones Unidas o hacer explotar otros tratados, como ya lo hizo con los de Libre Comercio instaurados oficialmente con México y Canadá?

Josep Borrel afirma: no hay en el mundo hoy una autoridad moral capaz de imponer el respeto a la ley. No la hay. No la tiene Naciones Unidas. Se puede votar en la Asamblea General y, de hecho, se vota. ¿Cuántas veces se ha votado lo ocurrido en Israel y Gaza? Israel ha continuado haciendo lo que le da la gana. El Tribunal Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia están siendo desautorizadas incluso por los países que las crearon. Algunos países europeos ya han dicho que no piensan aplicar las resoluciones de la Corte Penal Internacional. Eso me parece gravísimo, y se puede sintetizar en esa frase, siento es tremenda, pero hay que decirla: ‘No hay hoy en el mundo una autoridad moral que pueda imponer el respeto a unos criterios y principios básicos’”.

Mientras tanto, otra frase de Trump quedó haciendo eco en los oídos estos días: “no voy a permitir a nadie que transforme al ‘Tío Sam’ en el ‘Tío Estúpido'”

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Próximas entregas de esta serie: 

  • Martes, 18 de febrero
  • Domingo, 23 de febrero
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