
La ética no es un elemento abstracto: en campos como el periodismo, se relaciona con nociones tan concretas como la responsabilidad y la estética, dónde ponemos la mirada y desde qué lugar nos situamos para escuchar y desplegar los múltiples sentidos de un trabajo o pieza periodística.
Esta fue una de las ideas que atravesó el taller ‘Narrar el Caribe desde la mirada de Gabo: estación Valledupar’, dirigido por las periodistas Cindy Herrera y Ana Teresa Toro, como parte del programa ‘De 10 a 100’, que conmemora el legado de Gabriel García Márquez en camino a su centenario en 2027.
En el segundo de los dos días del taller, que se llevó a cabo entre el 19 y el 20 de febrero en el Centro Cultural del Banco de la República en Valledupar, Herrera condujo una charla sobre “cómo construir relatos culturalmente significativos y éticamente responsables”, una preocupación que sobrevoló cada jornada de este encuentro, en el que participaron 10 periodistas procedentes de Barranquilla, Cartagena, Santa Marta y Valledupar.
Las otras estaciones escogidas para este programa son Aracataca, Montería y Santa Marta, en la región Caribe colombiana; y Nueva York y Barcelona, en Estados Unidos y España; ciudades donde se sigue proyectando el legado del escritor colombiano.
Se trata de preguntarnos cómo hacer lo que hacemos –en el formato de nuestra elección, preferencia o disponibilidad– sin perder de vista la condición ética que “debe acompañar al periodismo como el zumbido al moscardón”, como afirmó Gabriel García Márquez.
- Hacerse responsable
Con independencia de los materiales y formatos que utilicemos, Herrera dice que siempre “hay que asumir la responsabilidad de lo dicho”. Todo lo que producimos tiene un “doblez ético”, por lo que conviene “ser grandes lectores críticos” y “escritores conscientes” de lo que hacemos. Es fundamental, afirma, “repensar los significados”, ya que se necesita una responsabilidad sobre “cómo vamos a construir las cosas”.
- Dudar siempre, dudar de todo
La responsabilidad es, para Herrera, indisociable de la duda. En broma –y también en serio–, Herrera se declaró en estado permanente de “corronchería”, que es como en lugares del Caribe colombiano se le llama, con dejo despectivo o burlón, a alguien “que no sabe”, que reacciona quizá con asombro desmedido a un objeto o cosa que otros, más cultos o refinados, conocen –supuestamente– mejor. Es la misma ignorancia cargada de curiosidad que habita en los niños, agregó Herrera.
En síntesis, dudar en un trabajo periodístico tiene que ver con preguntarse por lo que se omite o se incluye en el resultado final, por el lenguaje usado y el cuidado que le ponemos, por la necesidad de leer o releer y editar o reeditar lo elaborado. Eso implica un rigor permanente, dudar de las palabras y volver a ellas, dice Herrera.
- Escuchar las diferentes voces
Una voz que participa dentro de un relato que uno construye es “como un injerto dentro de la voz narrativa principal”. Su inclusión responde a una decisión narrativa consciente. Pero la escucha dentro de un relato no significa “hablar por otros”, es decir, no tiene que ver con pasar por encima de nadie ni con imponer un relato del mundo. La escucha tiene que ver con “amplificar las perspectivas” que hacen parte del relato, recalca Herrera.
- Contextualizar históricamente
Esto obedece al trabajo con los archivos, el discurso histórico, la investigación y el trabajo minucioso en soledad. “Cuando uno tiene mayor aptitud de lo acontecido históricamente, uno evita caer en la descontextualización y, por supuesto, en la creación de estereotipos y prejuicios”, dice Herrera. Al entrar “al lugar de lo narrado, de la escucha, de la búsqueda histórica, las perspectivas siempre se van a expandir y esa expansión va a permitir que consigamos más referencias para salir del lugar de los clichés”.
Herrera citó como ejemplo la novela ‘Cien años de soledad’. Al contar el episodio de la masacre de las bananeras, García Márquez plantea en el libro una cifra de más de tres mil muertos. El número causó un alboroto por tratarse de una supuesta exageración. Sin embargo, el número era una respuesta a la negación por parte de la historia oficial de una cantidad incierta de muertos. Para Herrera, se trata de una “postura ética” a partir de “un compromiso con la memoria histórica” frente a un Estado que se ha preocupado más por discutir el número de los muertos que por los muertos mismos. Además, y aunque se trate de una obra de ficción, es una “recuperación de la memoria de la gente para poder narrar”.
- Romper los estereotipos
La cronista Ana Teresa Toro reflexionó sobre los estereotipos que suelen relacionarse con las personas del Caribe. En el caso concreto de los puertorriqueños, dijo que “todo el mundo espera que bailemos salsa, que lo hagamos bien, que seamos un poco borrachos y que vivamos en la hamaca”. Aunque en muchas ocasiones eso puede ser cierto (“y no hay ningún problema”), es importante recordar que “el estereotipo responde a un lugar de la mirada”. De modo que no se trata de negar su existencia, sino de “cambiar el lugar de la mirada, romper el ángulo desde el que se está viendo y poder contar desde otro lugar”.
Como ejemplo, Toro mencionó un cuento del escritor y dramaturgo boricua Luis Rafael Sánchez, más conocido por su novela ‘La guaracha del Macho Camacho’. En el cuento titulado ‘Tiene la noche una raíz’, Sánchez aborda la vida de una prostituta que cuida de un niño, que va a verla por la curiosidad de saber qué sucede y ella lo arrulla en su mecedora. Según Toro, se trata de “una mirada íntima al estereotipo y el juicio social hacia la mujer fatal”, una que “también experimenta la ternura”. En este cuento, hay “un cambio de la mirada del estereotipo”; al ser confrontada con este niño, se muestra “un elemento de su carácter que estereotipadamente jamás podríamos conocer”. A la hora de tratar con personas reales, aconseja Toro, “tenemos que decidir cuándo cubrir esos elementos que bloquean el estereotipo y las humanizan, y cuándo eso puede tener un matiz político negativo del que hay que cuidarse”.
- Emplear una metodología participativa
Herrera propone tener en cuenta el enfoque de la investigación social, una investigación participativa que se acerque más a las comunidades. Allí “se debe configurar un trabajo colectivo y participativo, donde yo soy un actor y el otro ocupa un lugar importante en el trabajo investigativo, evitando entrar como el gran letrado con vestido de colonizador que va, saca, extrae y dice que descubrió”.
Un ejemplo citado es el libro ‘Hasta no verte Jesús mío’, de la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska. “Es un trabajo de un rigor profundo con el testimonio, un gran ejemplo de cómo se trabaja, cómo se construye un testimonio, con una responsabilidad total para convertir lo periodístico en literario”.
- La estética es una forma de ética
Al hablar de lo narrativo y lo artístico, Toro lo relaciona con lo ético y lo estético. “Esta Fundación, en respuesta a la propia obra de García Márquez, y en algunos recursos de sus maestros y maestras, han repetido e insistido a lo largo del tiempo en que el trabajo estético dentro del ejercicio periodístico, y en la escritura o en la articulación de una narrativa, sea audiovisual, sonora o de cualquier otro género creativo, tiene un valor sobre todo ético”.
No se trata, subrayó, de llevar el periodismo al salón de belleza. “Se trata de utilizar aquello que está dentro de los confines de la estética para dotarlo de un mayor efecto, una mayor conciencia ética que lleva a cabo el cumplimiento de esa misión de narrar a la ciudadanía la información relevante para la toma de decisiones en una democracia. ¿Y eso qué es? Que la gente sepa lo que está pasando, que tome mejores decisiones. Y para que eso suceda, la puerta de entrada más eficiente es la estética. La estética en términos de ritmo en la escritura, para que se recuerde; ritmo en la selección de palabras; una escritura limpia”. Esto “facilita esa conexión” con los lectores.